martes, 14 de septiembre de 2010

Vida de perro

Vida de perro
Me llamaban Seigor, era completamente negro y peludo, como no me veían en la oscuridad de la noche, podía quedarme en algunos de esos lindos lugares que me eran prohibidos.
Fui bastante obediente, no siempre, claro.
A veces quería quedarme en la vereda y correr de esquina a esquina, pero no me dejaban, tampoco debía hacer mis necesidades frente a las casas de los vecinos, yo solo pretendía que supieran que aquel era mi territorio.
¡Cómo me gustaba estar debajo del perchero de la casa! desde allí podía verlos a todos, estaba calentito en invierno y fresco en verano, sólo me sacaban a escobazos, no porque me pegaran sino que me empujaban mientras yo me ponía bien pesado y no me podían mover. A veces les ganaba y de lástima o impotencia me dejaban.
Tenía la mala suerte que se me caía el pelo por más que me cepillaban y me cuidaban, eso los enojaba mucho, también el olor a perro, parecía que no sabían que mi aroma era natural ¡A veces los humanos son tan ignorantes!.
Me acostumbré a la fuerza a comer “eso” en trocitos duro y seco, no me quedaba otra elección, se les ocurrió no darme más la comida preparada y sabrosa sobre todo la carne. Pero siempre trataba de darles el gusto y comía lo que me daban.
Los últimos tiempos de mi vida fueron horribles, quedé ciego, me dolía todo el cuerpo, no me dejaban salir a la vereda, ni entrar a la casa por la caída de mis pelos, además hacía mis necesidades en cualquier lugar y eso los enfurecía como si tuviera culpa.
Muchas veces escuché _¡fuera Seigor!_ agachaba la cabeza y me iba a la cucha. Comprendía que algo estaba sucediendo conmigo.
Todo ese tiempo triste terminó, ahora estoy descansando, no tengo dolores y voy adonde quiero.
Creo que dejé un buen recuerdo perruno de mi paso por la tierra, como el que yo tengo de todos los que fueron…yo diría….. mi familia.
Puedo decir que viví muy contento.

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