martes, 15 de marzo de 2011

OYENTE


La Radio, mi compañera desde que tengo uso de razón. Tengo el placer de escucharla, si lo deseo, las 24 horas del día. Para mí es imprescindible, única.

Aparato electrónico que puedo trasladar de un lugar a otro, que me regala música y mantiene informada. Es educativa, generosa, simple, entretenida, fácil de manipular.

Si leo, bajo el volumen, si alguna vez quiero silencio o escuchar determinada canción, enciendo el equipo de música, pero…. siempre vuelvo a escuchar radio. Oprimo un botón y se enciende.

Recuerdo mi niñez y juventud escuchándola: radio Radio El Mundo, Belgrano, Splendid, Rivadavia, radios clandestinas.

Bastaba girar una perilla para sintonizarla, subir o bajar el volumen.

Se escuchaba bajito y como se “iba la onda” perdía buena parte de los programas, pero me conformaba y entre ruidos y descargas eléctricas esperaba que continuara la transmisión.

Las telenovelas me maravillaban; me emocionaba, lloraba y reía. Era un deleite imaginar el dramatismo que expresaban los actores con sus voces, silencios o efectos de sonidos.

Más de una vez me desilusioné cuando conocía por foto algún actor de telenovela que no coincidía con la imagen que yo me había figurado.

Al lado de la radio siempre tenía cuaderno y lápiz para escribir las letras de canciones que después aprendía. ¡Qué paciencia! porque debía esperar que la radio la transmitiera nuevamente hasta copiarla completa. Era un trabajo bastante laborioso y siempre había una nueva melodía para transcribir.

Hoy la tecnología me ha superado, avasallado, por suerte no me costó demasiado incorporarla a mi vida, pero nada me quita el placer de escuchar radio.

Foto By Tito-Frente de la casa vieja.