sábado, 31 de julio de 2010

La visita



Hay cosas que nos pasan solo a las mujeres, creo. Somos dramáticas. Unas más que otras pero dramáticas al fin.

Les cuento algo trágico que me sucedió.

Era la mañana del día previo a la visita de una amiga muy querida que hacía veinte años no la veía por circunstancias de la vida. Estaría de paso por la ciudad solamente dos horas y media.

Mi ansiedad era tal que no podía parar de hacer cosas: limpié la casa hasta el último rincón, lustré muebles y bronces, limpié vidrios y techos, lavé cortinas, llené de flores las macetas…. como si mi amiga fuera a mirar el orden de mi hogar, ¡ha! también bañé y perfumé al pobre perro. Una locura. ¡Nunca trabajé tanto!

Pero lo más terrible fue la Tarta de manzanas. Pretendí hacer una masa con un relleno que superara cuanta tarta existe. Fue un desastre, no la pude desmoldar, cortarla fue imposible ya que se transformó en un horrible puré de manzanas.

Estaba desesperada, el pastel no tenía arreglo y no tenía otra merienda con qué convidar a mi amiga de tantos años.

Estaba angustiada, casi lloré, me quería morir, pero no sé si fueron nervios o qué, cuando me di cuenta de lo que me pasó, reí con ganas pensando que seguramente nos moriríamos de risa cuando le contara a mi amiga lo sucedido.

Así fue, le confesé mi tragedia, nos reímos como niñas, tal como cuando veíamos películas cómicas.
Llegó el atardecer y nosotros sólo hablábamos y hablábamos, reíamos y llorábamos. Nos olvidamos de merendar.
Nuestra eterna juventud y amistad estaban intactas a pesar del tiempo.
Es que la verdadera amistad es para toda la vida.

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