En los escalones de
Se acercó un niño que compadecido le arrojó un par de monedas, escuché que sonaron casi musicalmente contra una lata que estaba a su lado. La pobre mujer levantó la cabeza, casi una sonrisa se dibujó en su rostro sin mirar al benefactor. Solo miró las monedas.
Cerró el cacharro, lentamente se levantó, metió la mano en el bolsillo, sacó un puñado de dinero, lo guardó delicadamente en la misma lata; la levantó cuidadosamente manteniéndola contra su pecho como un tesoro.
Caminó horas, por fin llegó al lugar que buscaba y a la vez parecía temer. Posiblemente le traía recuerdos que la angustiaban.
Tiempo después gente del lugar contó que vieron a una mujer harapienta haciendo un hueco con sus manos con extraña energía al lado de una sepultura, que lo cubrió con la misma tierra apisonándola, luego, con las manos vacías y una mueca que parecía expresar alivio, se alejó.
Arrepentimiento? Consuelo? Nadie lo sabe.
Nunca se pudo comprobar el robo y el crimen, pero aquella asesina no encontró nunca paz.
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