Hay cosas que nos pasan solo a las mujeres, creo. Somos dramáticas. Unas más que otras pero dramáticas al fin.
Les cuento algo trágico que me sucedió.
Era la mañana del día previo a la visita de una amiga muy querida que hacía veinte años no la veía por circunstancias de la vida. Estaría de paso por la ciudad solamente dos horas y media.
Mi ansiedad era tal que no podía parar de hacer cosas: limpié la casa hasta el último rincón, lustré muebles y bronces, limpié vidrios y techos, lavé cortinas, llené de flores las macetas…. como si mi amiga fuera a mirar el orden de mi hogar, ¡ha! también bañé y perfumé al pobre perro. Una locura. ¡Nunca trabajé tanto!
Pero lo más terrible fue
Estaba desesperada, el pastel no tenía arreglo y no tenía otra merienda con qué convidar a mi amiga de tantos años.
Estaba angustiada, casi lloré, me quería morir, pero no sé si fueron nervios o qué, cuando me di cuenta de lo que me pasó, reí con ganas pensando que seguramente nos moriríamos de risa cuando le contara a mi amiga lo sucedido.